sendero del mago

Por Deepak Chopra

El mago observa los ires y venires del mundo,
pero su alma habita en el ámbito de la luz.
El paisaje cambia, el observador permanece igual.
El cuerpo es sólo el sitio al que los recuerdos llaman hogar.

Merlí­n preferí­a evitar que lo vieran los mortales, pero en ocasiones se le podí­a ver una tarde de verano haciendo equilibrio en un pie, al borde de un campo. Los campesinos curiosos se le acercaban, pero Merlí­n permanecí­a como una estatua, sin emitir sonido alguno o reconocer su presencia.
En esas ocasiones, Arturo pensaba que su maestro parecí­a una garza vieja acechando a un pez en el pantano. Un dí­a, después de que Merlí­n habí­a pasado horas contemplando el estanque, el niño no resistió la tentación de preguntarle qué era lo que miraba.

“No lo sé con exactitud”, contestó Merlí­n.
“Vi una libélula y quise mirarla más de cerca. Se atravesó en mi camino como un sueño fugaz, pero al cabo de un momento olvidé si la libélula era mi sueño o si yo era el de ella.”

“¿No es obvia la respuesta?”, preguntó Arturo.
Merlí­n le propinó un golpecito en la cabeza y le dijo: “Tú crees que tus sueños existen aquí­ adentro. Pero como yo me encuentro en todas partes, ¿cómo puedo saber cuál parte de mí­ sueña a otra?”
Al mago que llevamos dentro también podrí­amos llamarlo testigo. El papel del testigo es no intervenir en el mundo cambiante, sino ver y comprender. El testigo no descansa — permanece despierto aun mientras soñamos o dormimos sin soñar. Por lo tanto, no necesita ver a través de nuestros ojos, lo cual parece bastante mágico. ¿No son acaso los ojos los órganos esenciales para ver?
La energí­a y la información son fundamentales para cualquier cosa que podamos ver, oí­r o tocar en el mundo relativo— cada átomo se puede descomponer en esos dos elementos. Sin embargo, en su estado primordial esos ingredientes no tienen forma. Un haz de energí­a puede alejarse en un remolino informe como una bocanada de humo; la información se puede descomponer en trozos aleatorios de datos. Se necesita otra fuerza para organizar el orden maravilloso de la vida: la inteligencia. La inteligencia es lo que aglutina al universo.
Para el mago, ésta no es una noción teórica porque puede ver con su propio ojo interior que él es esa inteligencia. Los mortales se desconciertan ante este concepto, puesto que no pertenece a la mente. Están acostumbrados a saber las cosas, pero no a la sabidurí­a misma.
“El mortal más brillante”, dijo Merlí­n, “no es mejor que el más idiota tan pronto como ambos se duermen. Los dos tienen las mismas pesadillas y se preocupan por la muerte. El temor nace con ellos y no pueden disfrutar el más nimio de los placeres sin saber que al poco tiempo se desvanecerá”.
La sabidurí­a del mago permanece presente incluso durante el sueño. La inteligencia universal siempre despierta, consciente y que todo lo sabe, no es para el mago una fuerza creadora distante. Vive en cada átomo. Es el ojo detrás del ojo, el oí­do detrás del oí­do, la mente detrás de la mente. Por lo tanto, el mago no necesita estar despierto con los ojos abiertos para ver. En el sentido más profundo, podemos ver mientras dormimos o soñamos, porque ver significa estar despiertos a la inteligencia universal. Cuando el testigo está totalmente presente, todo es comprensible. El conocimiento del mago es sabidurí­a pura que no depende de los hechos externos. Es el agua de la vida tomada directamente de su fuente. Sin importar los cambios que ocurran en el universo, la sabidurí­a del mago no puede cambiar — el paisaje va y viene pero el observador es siempre el mismo. Antes de hallar al mago en nuestro interior, todos dependemos de los sentidos y de la mente para saber lo que sabemos. Nuestro conocimiento es aprendido. Está almacenado en la memoria y catalogado de acuerdo con las cosas que nos interesan; por consiguiente, es selectivo. El conocimiento del mago es innato.
En una ocasión, Arturo casi muere de susto cuando Merlí­n salió corriendo como si estuviera loco, blandiendo un enorme cuchillo de carnicero.
“¿Qué haces?”, preguntó el aterrorizado muchacho.

“Estoy pensando”, contestó Merlí­n. “¿Acaso tú no piensas así­?”

“No”, dijo Arturo.
Merlí­n se detuvo y dijo: “Ah, entonces debo estar equivocado. Tení­a la impresión de que la mayorí­a de los mortales utilizaban la mente como un cuchillo, para cortar y disecar. Querí­a saber cómo era. Si me permites decirlo, hay mucha violencia oculta en lo que ustedes los mortales llaman racionalidad”.
La mente del mago es como un lente que toma lo que ve y lo deja pasar sin distorsionarlo. La ventaja de ese tipo de consciencia es que unifica, mientras que la mente racional separa. La mente racional observa “en el exterior” un mundo de objetos en el tiempo y el espacio, mientras que el mago lo ve todo como parte de sí­ mismo. En lugar del “exterior” y el “interior”, existe una sola corriente unificada. De ahí­ que Merlí­n dijera que no sabí­a si era él quien soñaba con la libélula o si la libélula era la que soñaba con él. Sólo hay diferencia en la separación, tal como la ve la mente. Para el ojo del mago, los dos son una misma cosa.

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