hombres de negro Los hombres de negro (del inglés men in black, MIB) son, según la especulación más popular, presuntos agentes secretos gubernamentales encargados de confundir o amedrentar a investigadores y testigos de OVNIs, además de confiscar supuestas evidencias de presencia aliení­gena, con el propósito de preservar del conocimiento público las visitas de extraterrestres a nuestro planeta.

Los detalles concernientes a estos personajes varí­an, pero algunas de las descripciones más comunes son:
-Visten impecables trajes negros.
-Viajan en automóviles del mismo color, predominando los modelos antiguos de Cadillac.
-Su tez es oscura, o bien muy pálida, siendo sus rasgos faciales vagamente orientales. Voz atiplada, o de resonancia metálica.
-Modales corteses pero amenazantes.
-También se han descrito casos de comunicación telepática, sensación de vivencia oní­rica y otros sucesos desconcertantes.
La identidad de estos misteriosos hombres ha creado multitud de conjeturas, desde miembros de servicios secretos que pretenden ocultar cualquier encuentro extraterrestre, humanos de una extraña raza que permanecen ocultos en zonas polares hasta teorí­as que afirman que son extraterrestres encubiertos que tratan de silenciar las actividades que tienen en nuestro planeta.

Como actúan los Hombres de Negro
    Habitualmente se les define en grupos de tres hombres, con coches de color negro, modelos antiguos pero en tal estado que parecen acabar de salir de fábrica y educados pero amenazantes. El informe tí­pico sobre Hombres de Negro es más o menos como sigue: poco después de haber observado un OVNI, el sujeto (que puede ser un testigo o un investigador) recibe una visita. Con frecuencia, esto ocurre tan pronto que todaví­a no se ha producido un informe oficial ni una publicación. Los visitantes no pueden haber obtenido de forma normal la información que sin duda poseen: nombres, direcciones, detalles acerca del incidente y de la gente implicada.

La ví­ctima está, casi siempre, sola en el momento de la visita, generalmente en su propia casa. Sus visitantes, que suelen ser tres, llegan en un gran coche negro. En Estados Unidos suele ser un prestigioso Cadillac, pero pocas veces de un modelo reciente. Al mismo tiempo, aunque se trata de un automóvil antiguo, lo más frecuente es que esté en perfectas condiciones, que esté escrupulosamente limpio por dentro y reluciente por fuera, y que presente incluso el inconfundible olor a "coche nuevo". Si el sujeto anota el número de matrí­cula y lo investiga, descubre siempre que se trata de un número inexistente.

Los visitantes son casi siempre hombres; muy raramente aparece una mujer, pero nunca más de una. Su aspecto se ajusta a la imagen estereotipada de un agente de la CIA o de los servicios secretos: llevan trajes oscuros, sombreros oscuros, corbatas oscuras, zapatos y calcetines oscuros, pero camisas blancas; los testigos comentan a menudo su aspecto impecable… toda la ropa que llevan parece recién comprada.

Las caras de los visitantes son descritas como vagamente extranjeras, casi siempre "orientales"; muchas descripciones hablan de ojos almendrados. Cuando su piel no es oscura, tienden a estar muy tostados. A veces aparecen toques extraños; en el caso del doctor Hopkins, que relataremos más adelante, el hombre de negro ¡parecí­a llevar los labios pintados de rojo! Los HDN tienen en general rostros serios y carentes de expresión; sus movimientos son rí­gidos y torpes. Su actitud es formal, frí­a, siniestra, casi amenazadora; nunca son simpáticos, aunque tampoco demuestran hostilidad. Los testigos han sugerido muchas veces que no
parecí­an humanos.

Casos Celebres en los que Aparecieron Hombres de Negro
En septiembre de 1953, estos individuos visitaron al experto en ovnis Albert K. Bender, organizador de la oficina internacional de platillos volantes que habí­a emprendido en serio la tarea de aclarar los misterios en torno a los ovnis. Bender pensaba que habí­a dado con la solución, y poniendo sus opiniones por escrito, las envió por correo a un amigo. Cuando estos individuos llegaron, tení­an en su poder el material, que nunca llegó a su destino. Le dijeron que habí­a sido el único entre todos los investigadores en dar con la respuesta. Para su edificación, le añadieron unos cuantos detalles más que no conocí­a, asustándole de tal forma que se puso enfermo y no probó bocado en varios dí­as.     

A partir de entonces Bender fue un hombre cambiado, que no quiso volver a hablar de ovnis con nadie. Terminó escribiendo un libro titulado Flying Saucers and the Three Men (Los platillos volantes y los tres hombres), en el que dijo que contarí­a todo lo que le habí­a sucedido. En realidad lo único que hizo fue complicar más las cosas cuando mencionó su proyección astral a una base de platillos volantes situada en el Antártico. El libro parecí­a ser sólo una tapadera de lo que habí­a ocurrido en realidad. Bruce Cathie, estando en Nueva Zelanda, fue abordado en un hotel, durante uno de sus vuelos. Habí­a dado a conocer que llevaba consigo fotografí­as de las misteriosas antenas que se estaban multiplicando en la zona donde viví­a. Tres individuos se hallaban sentados en una mesa cercana, y uno de ellos se le acercó y trató de darle conversación, mientras el sobre estaba sobre la mesa, a su vista. El hombre trató de que Cathie le pusiera en él un nombre y una dirección donde se le pudiera localizar. Cathie estaba preparado para esto y no accedió. Finalmente, se disculpó y subió a su habitación, volviendo a bajar para poner sus fotos en la caja fuerte del hotel. Los hombres ya no estaban allí­, y al preguntarle a la chica de recepción cuándo habí­an pasado por allí­, ella le dijo que nadie se habí­a marchado. Parece que estos seres tienen la desconcertante costumbre de desvanecerse literalmente en el aire.

Otro investigador tuvo una importante demostración aún más espectacular de esta capacidad cuando los tres hombres le visitaron en su trabajo, a primera hora de la mañana, ordenándole que abandonase ciertas lí­neas de investigación que estaba siguiendo. El les aseguró que ya habí­a pensado hacerlo, y se marcharon por una puerta cercana. El les siguió inmediatamente, abriendo la puerta sobre un pasillo vací­o impregnado de un olor como el que hubiera dejado una fuerte descarga eléctrica. En un instante, los hombres se habí­an esfumado.

Uno de los más interesantes contactos con los hombres de negro tuvo lugar el 9 de enero de 1967 en casa de Edward Christiansen, en Wildwood, New Jersey. A las cinco y media de la tarde, un hombre de extraño aspecto llamó a la puerta. Cuando le abrieron, dijo que pertenecí­a a la Oficina de Localización de Herederos, y que era posible que el señor Christiansen hubiera heredado mucho dinero. Se hizo pasar al forastero, y se vio que era un tipo poco corriente, con una estatura por lo menos de dos metros, hombros muy anchos, y que debí­a pesar alrededor de los ciento cincuenta kilos. Llevaba un largo abrigo negro de tela muy fina, y un gorro de estilo ruso. Al quitárselo, descubrió una gran cabeza con el pelo cortado al rape y una zona perfectamente redonda que parecí­a afeitada. Tení­a los ojos saltones como si padeciese de tiroides, y uno de ellos era vidrioso y mal sincronizado con el otro. Gigi, el perro de los Christiansen, le cogió una aversión inmediata, que hizo patente con sus gru
ñidos y ladridos.

El hombre empezó a hacer una serie de preguntas sobre los datos personales de Edward Christiansen, dando la explicación de que era para averiguar si se trataba del hombre que mencionaba el legado. Tení­a una voz curiosamente metálica, que parecí­a emitida por el altavoz de un computador, monótona y frí­a. Cuando se sentó, sus pantalones, ya bastante cortos, se levantaron, y Mrs. Christiansen y su hija Connie observaron fascinadas un cable verde que le salí­a del calcetí­n y subí­a por su pierna, pareciendo entrar en ella por una muesca antes de perderse en sus pantalones. Con esto y con su singular aspecto pálido y enfermizo, aquel forastero tení­a una apariencia singular. Cuando se le ofreció tomar algo rehusó, y dijo que dentro de diez minutos necesitarí­a un vaso de agua. Durante la entrevista, la familia observó que su rostro se iba poniendo cada vez más rojo, hasta que terminó pidiendo el vaso de agua, que se bebió de un trago con una gran pí­ldora amarilla. Esto pareció devolverle a sus estado normal.

Al terminar la visita. Mrs.Christiansen decidió observar la marcha del hombretón. Desde la oscuridad de la puerta de su cocina, le vio hacer una llamada con la mano, y un Cadillac negro del año 1963 surgió de las sombras con las luces apagadas. El desconocido entró en él y se fue.

Al dí­a siguiente, el señor Christiansen recibió una llamada telefónica con una voz femenina que le explicó que el Edward Christiansen que buscaba la oficina de Herederos habí­a sido localizado en California. El le dió las gracias y colgó. El anterior mes de noviembre, la familia Christiansen habí­a visto un ovni; parece ser que esto fue lo que provocó la visita de los hombres de negro, aunque no se mencionó para nada la visita ni se le hizo amenaza alguna.

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