Se cuenta de que algunos adultos les gustaba andar buscando oro y cierto día dos hombres salieron del pueblo y se fueron a buscar el precioso metal.
En su caminata y búsqueda fueron muy lejos.
Al llegar al punto indicado, a como de costumbre, levantaron su campamento. Esa noche durmieron haciendo sus planes para el día siguiente. Y al amanecer, uno de ellos salió a lavar oro y el otro se quedó cocinando.
Y cuentan que el que salió rápido encontró un buen lugar muy cerca de donde habían quedado y en lo que estaba lavando, de repente se perdió.
Llegó la noche y como no regresaba, el otro amigo salió a buscarlo y su sorpresa fue grande al ver que se miraban puras señas de sangre que iban goteando. Eso fue el comienzo de su largo caminar, ya que pasó buscando un mes. El pudo ver que se había subido por una loma y que se había metido por un gran hoyo. Tuvo un poco de miedo y decidió esperar a la entrada para ver que pasaba.
Al rato vio que salía un tigre de color negro que tenía el pecho blanco.
El hombre era valiente y esperó que el animal sacara todo su cuerpo y cuando ya lo tuvo a su alcance, lo mató.
Rápidamente se metió en la cueva y vio que era una especie de cuarto pero estaba completamente vacío.
El aspecto que se le presentaba era algo espantoso: había un montón de huesos de animales y al revisar bien, también pudo ver que allí estaban los huesos de su amigo.
Esa era la prueba de lo que se imaginaba. Su amigo había sido devorado y sin esperar más se vino al pueblo y dio aviso a los familiares del hombre.
Aquellos estaban impacientes y al saber la triste noticia, se pusieron muy tristes.
La verdad era que ese tigre se lo había comido.
Los buscadores de oro y los cortadores de tuno y chicle son los mejores testigos de esta clase de desgracias, pues hay una costumbre de que cuando van a hacer esa clase de trabajo, siempre la persona que queda cocinando deja hirviendo un montón de manteca y debe estar listo en cualquier momento, pues siempre se espera el ataque de una de esas fieras y ya han habido casos en que tigres han sido matados a base de pura manteca caliente.
Ese fue el fin del infortunado hombre buscador de oro.
Colección Felipe Jackson. Relatado por Larry Kitler Borge, (Waspam, Río Coco, 1980)