Las ruinas imponentes de Babel, en las márgenes del Forat (Eufrates), conservan el recuerdo del formidable Nemrod, el fuerte cazador, y delatan el esfuerzo más imponente del orgullo humano, veintisiete siglos antes de Cristo, para llegar a la morada de los dioses.
Nemrod, hijo de Chus, principal héroe de una familia que reinó en Egipto, fundó, además de Babilonia, Ezek, Alead y Calneh. Evechus, hijo de Nemrod, introdujo, a decir de algunos mitólogos, la idolatrí­a en el mundo.
Al principio, la religión caldea fue el sabeí­smo; los sacerdotes o astrónomos caldeas ocuparon las galerí­as superiores de la torre de Babel, y puede afirmarse que de esta torre celebérrima descendió un sistema cientí­fico y religioso.
El Oriente siempre propendió a extasiarse con la melancolí­a de las noches serenas de aquellos climas. En la regularidad de los movimientos celestes, en su admirable armoní­a, vieron los primitivos caldeos la norma y el orden del Universo todo. El lucero más brillante era quien dirigí­a todo aquel ejercito celeste (sabaoth, de aquí­ sabeí­smo). Esta religión tuvo sus sacerdotes, divididos en cuatro categorí­as:
•    Astrónomos, conocedores de los astros y de sus sí­mbolos.
•    Conjurantes, o amansadores de serpientes.
•    Magos, alucinadores del pueblo.
•    Profetas o astrólogos.
Las supersticiones y la convivencia con otros pueblos contusionaron, primero, y alteraron, después, la religión caldea. Como la idea í­ntima de un ser supremo jamás se desarraigó del alma de los caldeos, esta idea quedó asociada a la de una triada, que después se multiplicó y desenvolvió en otras.
PANTEON CALDEO
El primer lugar en el panteón caldeo lo ocupó Il o El, la luz increada, el eterno, el supremo dios.
A continuación de Il quedaba la primera triada, compuesta por Ana, Bel o Belo y Hoa.
Ana era él dios de los espí­ritus y de los demonios, el soberano de las tinieblas y de la muerte.
Bel era el rey de la tierra.
Boa era el rey del mar.
Cada uno de estos dioses tuvo su esposa o compañera. La de Ana era Anal; la de Bel, Milita., madre de los dioses, reina de la fecundidad, la gran señora; la de Hoa era Daukina.
La segunda trinidad caldea estaba formada por Sin, dios-luna, cuya compañera era desconocida San, dios-sol, cuya esposa era Anunit, señora de la vida, y Vul, dios de la atmósfera, cuya mujer era Shala Tala o Salambo, una especie de Afrodita helénica.
Detras de estas dos triadas iban cinco divinidades, representantes de los cinco planetas: Nin o Bar, deidad pez, dios del mar, representado por un hombre-toro con cuatro alas y correspondiente al planeta Saturno; Bel-Merodah, el planeta Júpiter, el más anciano de los dioses, supremo juez y custodio de los tesoros; Nergal, el planeta Marte, hombre-león alado, rey de las batallas, campeón de los dioses y guí­a de los guerreros caldeos; Ishtar o Nana, el planeta Venus, sí­mbolo de la feminidad, placer de los dioses, señora del cielo y de la tierra; y Nebo o Mercurio, dios de la inteligencia, vidente y profeta.
DILUVIO CALDEO
La religión caldea conserva su tradición del diluvio.
Bel se apareció en sueños a Ksisuthro, le mandó que escribiera la historia y las leyes del pueblo caldeo y que escondiera las memorias debajo de tierra en la ciudad del Sol (llamada Sippara), y que se construyera una nave donde cupieran él y sus parientes, porque el dí­a décimo-quinto del mes doessius serí­a el linaje humano destruido por medio de un diluvio.
Los parientes de Ksisuthro, el hombre justo, repoblaron el mundo, y él fue llevado al cielo y colocado entre las divinidades.
CULTO Y TIEMPO EN CALDEA
El culto de Bel, primera divinidad caldea, era orgiástico. Cada dí­a, el gran sacerdote señalaba la doncella que aquella noche habí­a de ser la esposa del dios junto a los altares de Milita. Todas las mujeres, al menos una vez en su vida, habí­an de ser llevadas al templo y pagar en él el tributo de su virtud
Los cómputos caldeos de tiempo, sosas, neras y saras (sesenta, seiscientos y tres mil años, respectivamente), quizá estén confundidos con los dí­as. Sus diez generaciones de prí­ncipes antediluvianos están de acuerdo con los diez patriarcas del Antiguo Testamento.
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