Muy poco es lo que se sabe del pueblo fenicio, el más aventurero y osado de todos los pueblos de la antigí¼edad, aquel «que separó las columnas de Hércules y que miró con ojos atónitos el Atlántico». Los griegos se moví­an mucho, pero era en su lago Mediterráneo, de isla en isla, tan cercanas, que los héroes saltaban de una a otra a pie enjuto. ¡Admirable pueblo lleno de inquietudes y de atisbos!
Los romanos, sus más implacables enemigos, se cuidaron de pulverizarlo; intentaron que no quedara de él ni una huella, ni un recuerdo. De su historia se sabe poco.
Plauto hace hablar en lengua púnica a una de sus máscaras, quedan fragmentos de una Agricultura de Magan y el relato del periplo maravilloso de Han-non.
Menos se sabe de su Mitologí­a, que debió de ser muy hermosa y compleja, ya que era exuberante la imaginación y el apasionamiento grande en los fenicios.
Cabe afirmar que las primeras creencias de esta raza singular estaban dedicadas a un dios único, complicado quizá con la idea de una trinidad. Dicho dios único era conocido con dos nombres: con el de Il o El (Elim), en las comarcas del Norte del paí­s, y en las del Sur con el de Bel o Bhal, señor del cielo y soberano del mundo. Tal vez la distinción de nombres corresponda a cada una de las ramas de la raza, a los hijos de Canaán y a los nietos de Mezraim.
CREACION Y CULTO
Una tradición asegura que el principio de todo fue el soplo o el espí­ritu y un caos terrible. El espí­ritu (neuma) se recogió en si mismo con una afición llamada deseo (Photos). Y tal fue el origen de todas las cosas.
De la unión del neuma y de photos nació Moot (limo o putrefacción acuosa), germen de la creación. De dicho limo nacieron Kolpiah («soplo de la boca de dios») y su esposa Baau (la noche primordial). De Kolpiah y de Baau nacieron Eon (el ser) y Protógenos (el primer nacido).
Eon engendró a Genes Y a Genea, y éstos poblaron la Fenicia y elevaron sus manos al Sol, señor de los cielos, Baal-Samin. misma tradición refiere que a los anteriores semidioses se unieron Memrum y Usus.
El primero de ellos introdujo la civilización en Fenicia; el segundo enseñó a los fenicios el arte de navegar.
Culto en la Mitologí­a Fenicia
El culto que se rendí­a a los dioses fenicios era sangriento, sombrí­o. Los primeros altares, formados con piedras enormes superpuestas, se alzaron en las cumbres de las montañas.
Los templos erigidos después estaban divididos en dios partes: santuario del dios y el santuario para los adoradores. En aquél únicamente podí­an penetrar los sacerdotes, y en él eran inmoladas las ví­ctimas: toros, machos cabrí­os, aves, niños y hombres. Baal-Sarnin, Melkarth y Moloch eran insaciables.
Aun cuando parece ser que en épocas modernas los sacrificios humanos eran redimibles por dinero.
PANTEON FENICIO
Las triadas fueron, lógicamente, dos. La del Norte estaba formada por El, Baaltis o Berut, y Adonai o Esmun. La del Sur, la popular en Tiro y Sidón y en todas las colonias fenicias, era la compuesta por Baal, Astarté y Melkarth.
Baal era «el poderoso señor», el más adorado. Por todas partes se elevaban sus estatuas (habaalim), y en Tiro le estaba dedicado un templo suntuoso. Melkarth o Baal Melkarth era su hijo, «rey de la ciudad», dios activo y distribuidor de las riquezas, dios de la primavera. Su gran sacerdote no tení­a sobre la suya otra autoridad que la del rey. Astarté o Asterot, reina del cielo, Venus o astro por excelencia, tení­a das caracteres bien distintos: ya era una diosa virginal—la Artemisa helénica—, ya una Afrodita Pandemos, deidad de los placeres nefastos, con cortesanas por sacerdotisas.
En la triada del Norte o de Biblos, formada por El, Baaltis y Adonis, Baaltis reemplaza a Astarté, con idénticos atributos, y Adonis («el sublime») acaba por ser el pretendiente impúdico de Astarté. Las fiestas licenciosas con las que era honrada esta pareja se propagaron a Egipto, Grecia y Siria.
Otras deidades de menor importancia hubo en la Mitologí­a fenicia, tí­picamente suyas, aun cuando luego, con otros nombres o con los mismos nombres corruptos, fueran incorporadas a otras religiones. Kabirim, dioses protectores de la navegación, hijos de Zadyk, la. Justicia, en número siete, cuyas imágenes eran colocadas en las proas de las naves. Kusor-Ptah, generador del orden y propagador de la paz. Kusarthis, el que dictamina la ley y el que logra la armoní­a. Thaut, consejero del ser supremo y autor de los ritos sacerdotales. tEsmun, la deidad de la patria, el patrium numen de los romanos. Dagon, medio hombre y medio pez, rey de las aguas. Tarinim, la serpiente, genio benéfico, cuyo modo de morir es concentrarse en sí­ misma.
INFLUENCIAS
Pero en la mitologí­a fenicia se encuentran reminiscencias de otras mitologí­as, del sabeí­smo de Caldea oArabia. Así­, la adoración del fuego se descompone en una triada muy curiosa compuesta por Phós (la luz), Pur (el fuego) y Phlox (la llama).
El fuego se simbolizaba en el Sol con su carro tirado por cuatro caballos fulgentes que guiaba la mano experta de Melkarth. Y eran adorados casi todos los planetas. La Luna o Astarté. Venus, la luz divina, Astoret-Naama. Júpiter, la estrella de Baal (Baal Cocab). Marte, el fuerte, el terrible, Asia. Mercurio, el pérfido, Mokim.
Por otras tradiciones de no tan legí­tima procedencia como la anterior se señalan algunas divinidades fenicias muy relacionadas con otras griegas, romanas y egipcias.
Así­, Thaut es a los fenicios lo que Toth a los egipcios, el dios legislador, el inventor de la escritura, de las ciencias y de las artes. Los griegos le designaban con el nombre de Cronos, y los romanos con el de Saturno. Kusor era, el fuego que se comunicaba a los seres inanimados para darles vida y para imprimirles movimiento. De él y de Agd (la materia primordial) hacen nacer otros mitólogos a Elan y a Protógenos.
Astarté, deidad tutelar de Tiro, virgen celeste de Cartago, diosa del amor, fue asimilada, a Hera, a Afrodita y a Venus; Actoret y Astaroth fue llamada en otras colonias fenicias mediterráneas, como Malta, Cartago y Cádiz. La primera representación que de ella se hizo fue una piedra cónica; después diosa lunar, lleva a este astro por corona y por peana, y su cuerpo, apenas desbastado, tiene varios pechos, como la Artemisa de í‰feso
. En ciertas comarcas fenicias era equiparada con Anohid, deidad de la Naturaleza. A Esmún se le comparaba con Esculapio; representaba el calor celeste, causa de la conservación de la vida. Esmún, endeble, insensible para el amor, suscitó una pasión inmensa en la diosa Astronoe, renovándose en sus amores la trágica fábula de Cibeles y Atys. Esmún, para resistirse a la diosa, se mutiló con sus propias manos. Astronoé le concedió la inmortalidad y le renovó el fuego conservador.
Melkarth puede ser el Poseidón fenicio, como dios de los navegantes y de los mares propicios. Pero el Melkarth tirio reúne los caracteres de Hércules y de Mercurio; es fuerza y sabidurí­a, guerrero y comerciante. fue celebérrimo el templo de Melkarth en Cádiz, cuyas grandezas intactas aún admiró Aní­bal.
Moloch
Pero entre todos los dioses fenicios ninguno tuvo más adoradores ni más templos que Moloch, dios de los ammoneos, a quien se identificaba con Baal.
Deidad maléfica, cuya estatua se levantaba en todos los puertos a los que alcanzaba la influencia fenicia. Se le inmolaban ví­ctimas humanas durante ceremonias espantosas por sus aullidos y por sus livideces.
Por el mismo Plutarco se sabe que los fenicios sacrificaban sus propios hijos a un dios que Plutarco llama Saturno, y que no era otro que el terrible e insaciable Moloch.
Todaví­a a Aní­bal le fue reclamado su hijo para ofrecerlo a la sanguinaria deidad. El famoso héroe contestó, a escribir de Silio Itálico, que enviarí­a romanos, cuya inmolación serí­a más agradable al dios.
Todas las representaciones de Moloch eran espantosas, de un arte bárbaro y primitivo, generalmente en bronce y huecas, para que su interior pudiera ser el enorme brasero donde se achicharraban las ví­ctimas engullidas por el dios.
Los Patckoi, dioses lares fenicios, eran representados en pequeñas estatuillas de vientre esférico y colocados en las mesas, entre las viandas. También eran llevadas por los navegantes, para que los protegieran contra los riesgos del mar.
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