La religión persa se llama también Zenda o Mazdeí­smo (Mazda, igual a ciencia o ley suprema), de donde proviene su mitologí­a.
La practicaron los antiguos persas y aún la practican los parsis o gí¼elvos, y fue su fundador Zoroastro, quien la consignó en el Zend-Avesta.
La base de la doctrina zoroástrica es el dualismo de dos principios opuestos: Ormuz (el Ahramazda) o el Bien, y Ahrimán (el Agra magnius) o el Mal, principios que salieron del infinito en el tiempo y en el espacio (Zervana Akerena).
A Ormuz, en su tarea de implantar el bien en beneficio de sus criaturas, le ayudan unos genios benéficos llamados amshapands, yaratas y fervers. Y Ahrimán, a su vez, se vale, para pervertir y contristar al mundo, de otros genios maléficos, nombrados darvands y devas o demonios.
Mithra, hijo de Ormuz, sirve de mediador, porque, realmente, toda la mitologí­a persa se basa en esta lucha imponente entre el Bien y el Mal
SACERDOTES Y MAGOS PERSAS
Los sacerdotes del mazdeí­smo tomaron el nombre de magos. Y se dividí­an en: heberds (discí­pulos), mobeds (maestros) y desturs-mobeds (perfectos maestros).
Todos estaban sometidos a la dirección del archimago o gran sacerdote, único que podí­a comentar y escoliar la doctrina de Zoroastro.
ZOROASTRISMO
Según Zoroastro, el Eterno, el dios supremo, invisible, incomprensible, sin comienzo ni fin, el señor del tiempo sin lí­mites (Zervan Akarena), que se engendró a sí­ propio, creó dos principios, dos seres: Ormuz (Ahura Mazda), el boní­simo, el sapientí­simo, y Ahrimán (Ayra Manya), el malvadí­simo, el inteligentí­simo. Aquél, la luz, la verdad, la felicidad. Este, las sombras, la mentira, el dolor. Aquél, la fecundidad de la Naturaleza y su conservación. Este, la destrucción de todo.
Hijos de Ormuz son los siete Amshapands; esto es: hombres, animales, fuego, metales, árboles, agua y tierra; reyes de la luz, Manantiales inagotables de la verdad y la belleza, modelos y dechados de las criaturas, llamados Rahman (rey y regulador del firmamento), Abutad (que lleva las almas a la morada eterna), Ardí­behechet (que preside el fuego), Shariver (que preside los metales, Sapadoinad (que preside la vida campestre), Khordad (que reina sobre las aguas) y Armaiti (que preside la vegetación).
Bajo la autoridad de los Amshapands puso Ormuz a los Izeds, prí­ncipes y capitanes, que ayudan a los hombres a triunfar y a bien morir.
El más poderoso de los Izeds es Mitra, ministro predilecto de Ormuz, su gran guerrero leal. Mitra dirige a los Ferwers, arquetipo, de los hombres. Mitra, con Zervan y Ormuz, forma como una triada divina, representación del pensamiento, de la palabra y de la acción.
Pero estas tres personas no se confunden en una, ya que de ellas la única eterna es Zervan.
Según Zoroastro, Ormuz creó el mundo con su palabra, y Mitra es el encargado de conservarlo, repitiendo sin cesar dicha palabra. Y el hombre fue creado. Puro y nació de Abudad, el toro primitivo, en quien Ormuz habí­a depositado los gérmenes de todas las existencias fí­sicas. El primer hombre se llamó Kaimorts, y fue unido a su ferwer, a su representación inmaterial, a su alma. Inmediatamente se inicia la lucha entre Ormuz y Ahrimán por la) salvación o la perdición del hombre. Y así­ como del primero nació Mitra de Ahrimán nace Mitra-Darnoj, enemigo encarnizado de Mitra. Para esta lucha, para este dualismo, de los que emanan todos los dogmas y los ritos de la mitologí­a persa, el eterno Zervan tiene fijado un lí­mite: lo forman cuatro milenarios divididas en cuatro edades de duración igual.
En la primera época, gobierna pací­ficamente Ormuz.
En la segunda se inicia la lucha entre Ormuz y Ahrimán.
En la tercera, creado ya el hombre, Ahrimán se pone a la cabeza de los Devas para, invadir el imperio de Ormuz.
En la cuarta, arrojado Ahrimán a los sombrí­os abismos por la espada victoriosa de Mitra, el dios del mal se dedica a perturbar la vida de Kaiomorts, el primer hombre.
En el último milenario, una gran catástrofe borrará hasta las raí­ces el mal; y de la paz que suceda al cataclismo resucitarán Meskia y Meskianea, quienes repoblarán el mundo hasta el dí­a glorioso del juicio universal. En este dí­a todos los poderes se fundirán en Ormuz; el reino de Ahrimán quedará pulverizado. Y brillará la eterna dominical luz.
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