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confianza.
Cuando [Juan Diego] vino a llegar al interior de la ciudad,
luego fue derecho al Palacio del Obispo, que muy recientemente había llegado,
Gobernante Sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de Zumárraga, Sacerdote de San
Francisco.
luego fue derecho al Palacio del Obispo, que muy recientemente había llegado,
Gobernante Sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de Zumárraga, Sacerdote de San
Francisco.
En cuanto llegó, luego hace el intento de verlo, les ruega a
sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo
rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara.
sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo
rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara.
Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró,
luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la
Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vio,
lo que oyó.
luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la
Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vio,
lo que oyó.
Y habiendo escuchado toda su narración, su mensaje, como que
no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: “Hijo mío, otra vez
vendrás, aún con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré
la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo”.
no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: “Hijo mío, otra vez
vendrás, aún con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré
la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo”.
Salió; venía triste, porque no se realizó de inmediato su
encargo.
encargo.
Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino
derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del
Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba
esperando.
derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del
Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba
esperando.
Y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por
tierra, le dijo:
tierra, le dijo:
“Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi
Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable
palabra, aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante
Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.
Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me
respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.
Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable
palabra, aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante
Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.
Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me
respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.
Me dijo: “Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien
aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad”.
aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad”.
Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu
casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal
vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía,
que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le
encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que
le crean.
casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal
vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía,
que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le
encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que
le crean.
Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal,
soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a
cuestas, no es lugar de mí andar ni de mí detenerme allá a donde me envías,
Virgencita mía, Hija mía menor, Señora Niña;
soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a
cuestas, no es lugar de mí andar ni de mí detenerme allá a donde me envías,
Virgencita mía, Hija mía menor, Señora Niña;
Por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu
corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía”.
corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía”.
Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y
veneración:
veneración:
“Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no
son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi
aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que
tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto
mi querer, mi voluntad.
son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi
aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que
tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto
mi querer, mi voluntad.
Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando,
que otra vez vayas mañana a ver al Obispo, y de mi parte hazle saber, hazle oír
mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido, y bien,
de nuevo dile de modo que yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo,
que soy la Madre de Dios, te mando”.
que otra vez vayas mañana a ver al Obispo, y de mi parte hazle saber, hazle oír
mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido, y bien,
de nuevo dile de modo que yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo,
que soy la Madre de Dios, te mando”.
Juan Diego, por su parte, le respondió, le digo: “Señora
mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón;
con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera
lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu
voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído.
mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón;
con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera
lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu
voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído.
Mañana en la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver
a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.
a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.
Ya me despido de Ti respetuosamente, Hija mía la más
pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito”.
pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito”.
Y luego se fue él a su casa a descansar.
En un momento de silencio y de encuentro entrañable con
Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego, encomendamos a las familias
de nuestro barrio, especialmente las que atraviesan dificultades para que
crezcan en la confianza y el amor de unos a otros.
Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego, encomendamos a las familias
de nuestro barrio, especialmente las que atraviesan dificultades para que
crezcan en la confianza y el amor de unos a otros.
Ave María
Poema
Oración final