Novena Poderosa a Nuestra Madre de Guadalupe Para el Octavo Día

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La Sagrada Imagen, comunión con
Dios y visita que continúa.

Cuando [Juan Diego] vino a llegar
al Palacio del Obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores
del Sacerdote Gobernante, y les suplicó que le dijeran cómo deseaba verlo, pero
ninguno quiso; fingían que no le entendían, o tal vez porque aún estaba muy
oscuro; o tal vez porque ya lo conocían que nomás los molestaba, los
importunaba, y ya les habían contado sus compañeros, los que lo fueron a perder
de vista cuando lo fueron siguiendo.

Durante muchísimo rato estuvo
esperando la razón.

Y cuando vieron que por muchísimo
rato estuvo allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si era llamado, y como
que algo traía, lo llevaba en el hueco de su tilma; luego pues, se le acercaron
para ver qué traía y desengañarse.

Y cuando vio Juan Diego que de
ningún modo podía ocultarles lo que llevaba y que por eso lo molestarían, lo
empujarían o tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar que eran
flores.

Y cuando vieron que todas eran
finas, variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las
admiraron mucho, lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus corolas, lo
bien que olían, lo bien que parecían.

Y quisieron tomar y sacar unas
cuantas; tres veces sucedió que se atrevieron a tomarlas, pero de ningún modo
pudieron hacerlo, porque cuando hacían del intento ya no podían ver las flores,
sino que, a modo de pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma las veían.

Inmediatamente fueron a decirle
al Gobernante Obispo lo que habían visto, cómo deseaba verlo el indito que
otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí
aguardando el permiso, porque quería verlo.

El Gobernante Obispo, en cuanto
lo oyó, dio en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo, para
poner en obra lo que solicitaba el hombrecito.

En seguida dio orden de que
pasara a verlo. Y habiendo entrado en su presencia se postró, como ya antes lo
había hecho. Y de nuevo le contó lo que había visto, admirado, y su mensaje.

Le dijo: “Señor mío, Gobernante,
ya hice, ya llevé a cabo según me mandaste; así fui a decirle a la Señora mi
Ama, la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que pedías una
prueba

para poder creerme, para que le
hicieras su casita sagrada, en donde te la pedía que la levantaras; y también
le dije que te había dado mi palabra de venir a traerte alguna señal, alguna
prueba de su voluntad, como me lo encargaste.

Y escuchó bien tu aliento, tu
palabra, y recibió con agrado tu petición de la señal, de la prueba, para que
se haga, se verifique su amada voluntad. Y ahora, cuando era todavía de noche,
me mandó para que otra vez viniera a verte; y le pedí la prueba para ser
creído, según había dicho que me la daría, e inmediatamente lo cumplió.

Y me mandó a la cumbre del
cerrito en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas
de Castilla. Y cuando las fui a cortar, se las fui a llevar allá abajo; y con
sus santas manos las tomó, de nuevo en el hueco de mi ayate las vino a colocar,
para que te las viniera a traer, para que a ti personalmente te las diera.


Aunque bien sabía yo que no es
lugar donde se den flores la cumbre del cerrito, porque sólo hay abundancia de
riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites, no por ello dudé, no por ello
vacilé. Cuando fui a llegar a la cumbre del cerrito miré que ya era el paraíso.
Allí estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo más fino
que hay, llenas de rocío, esplendorosas, de modo que luego las fui a cortar; y
me dijo que de su parte te las diera, ya que ya así yo probaría, que vieras la
señal que le pedías para realizar su amada voluntad, y para que aparezca que es
verdad mi palabra, mi mensaje, aquí las tienes; hazme favor de recibirlas”.

Y luego extendió su blanca tilma,
en cuyo hueco había colocado las flores. Y así como cayeron al suelo todas las
variadas flores preciosas, luego allí se convirtió en señal, se apareció de
repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la
forma y figura en que ahora está, en donde ahora es conservada en su amada
casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.

En un momento de silencio y de
encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego,
encomendamos a nuestro país, a los que nos gobiernan, que busquen caminos de
comunión y de servicio.
Ave María
Poema
Oración final.
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