stohengejpg Los autores británicos John Aubrey y William Stukeley, a fines del siglo XVII y a principios del XVIII, contribuyeron fuertemente a mantener la imagen de Stonehenge como un templo druí­dico y sitio importante de la cultura celta. Pero, aunque fue sin duda el sitio utilizado por los druidas para sus ceremonias, los pesados megalitos estaban ahí­ mucho antes de la llegada de los celtas a tierras británicas, y los misterios de Stonehenge no tienen ninguna necesidad de este aporte para seguir siendo apasionantes.
Constructores Fantásticos

El monumento fue construido en cuatro fases, a partir del 2800 antes de Cristo, con piedras de diferentes orí­genes. Algunas provienen de Avenbury, a una veintena de kilómetros al noroeste, otras de los montes Prescelly en el Paí­s de Gales, a más de 200 kilómetros de Stonehenge, y de Mildford Haven, ¡a 250 kilómetros!. Las "piedras azules" (riolitos) incorporadas a la construcción a principios de la Edad del Bronce (segundo milenio a.C.), vendrí­an de Irlanda. Cada monolito pesa más de 50 toneladas y el conjunto, varios miles de toneladas: ¿Cómo pueblos de fines del Neolí­tico, de apenas algunos centenares de individuos, pudieron traer tales cargamentos con medios primitivos? ¿Y por qué haber ido tan lejos en busca de bloques de diferentes rocas? El emplazamiento de Stonehenge fue elaborado según un plan extremadamente preciso. Una zanja circular de 4 m. de ancho por 1,50 m. de profundidad forma un primer anillo de un centenar de metros. Al interior, sobre el talud, un segundo anillo está dibujado por 56 agujeros, conocidos por el nombre de "agujeros de Aubrey", derivado del nombre de uno de los primeros exploradores del emplazamiento (1650). Siempre concéntricos, otros dos anillos revelan cada uno 30 y 29 agujeros: éstos contienen osamentas humanas quemadas. Luego viene la parte monumental de la obra: dos cí­rculos de piedras erguidas cubiertas de dinteles encerrando otras dos filas dispuestas en forma de herradura. Otras cinco piedras se levantan aisladas: dos, en la zona del anillo de los agujeros de Aubrey ("piedras de estación" destinadas a ser cambiadas de posición), una exterior, en la galerí­a que conduce al monumento ("piedra de talón", llamada así­ por su forma), una piedra de sacrificio a la entrada y un altar al centro.
La Teorí­a Del Observatorio
Los numerosos restos humanos encontrados en el lugar indican que el sitio sirvió a menudo, a lo largo de los siglos, como lugar de sepultura. Sin embargo, todo muestra que esa no fue su primera finalidad. En efecto, después de 1961, el plano del monumento fue estudiado por el cientí­fico Gerald Hawkins, profesor de astronomí­a de Cambridge, y Fred Hoyle, especialista en astrofí­sica del Californian Institute of Technology. Su tesis es que, para un observatorio ubicado en el centro de la construcción, los megalitos se observan en lí­neas de mira para realzar fenómenos astronómicos. Los cí­rculos de agujeros corresponderí­an al sistema simple de una máquina calculadora gigantesca y primitiva pero de una precisión sorprendente.
El anillo de los agujeros de Aubrey se relaciona con el ciclo de los eclipses lunares: Hawkins muestra incluso que corriendo cada año seis piedras de un agujero se pueden prever todos los eventos lunares para perí­odos muy largos. Finalmente, distintos ángulos entre las piedras solitarias definirí­an los solsticios y los equinoccios, las salidas y las puestas del Sol y de la Luna. Los razonamientos de Hawkins y Hoyle, incontestables en el plano astronómico, son sin embargo criticados por los arqueólogos. La multiplicidad de épocas de construcción parece contradecir la teorí­a de un observatorio construido con conocimiento de causa.
¿Pero por qué el mismo objetivo no habrí­a podido ser perseguido durante varios siglos, con un perfeccionamiento progresivo del sistema? Además, la simbologí­a del cí­rculo (el Sol) y la de la herradura (el menguante de la Luna) abogan en favor de los astrónomos. Parece que hoy dí­a no existirí­an contradicciones entre las constataciones de los arqueólogos y los astrónomos y, en todo caso, muchos concuerdan en reconocer que la precisión en los emplazamientos de los megalitos es demasiado grande para ser solo fruto del azar.
¿Obra De Los Hiperbóreos?
Las piedras de Stonehenge son tan grandes que se dirí­a que fueron levantadas por una raza de gigantes desaparecidos después de los primeros tiempos. Una tradición relaciona estos gigantes mí­ticos a otro pueblo igualmente legendario: los hiperbóreos.
En la mitologí­a griega, los hiperbóreos, que adoraban al dios Apolo, habitaban en el extremo norte de Europa. El historiador Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.) evoca incluso un sitio que podrí­a ser Stonehenge: "Hay en la isla un recinto de Apolo y un templo ilustre, (…) los encargados son llamados boreades (…). El dios visita la isla cada 19 años, perí­odo durante el cual las estrellas vuelven a estar en el mismo lugar en el cielo". De hecho, los hiperbóreos son probablemente los iberos, ya que es en Portugal donde se encuentran las primeras alineaciones megalí­ticas. Una migración diseminó a este pueblo a lo largo de las costas (golfo de Gascuña, Bretaña) hasta Irlanda e Inglaterra, donde erigieron por primera vez un fantástico cí­rculo de piedras.
Una Configuración íšnica
Los emplazamientos megalí­ticos son numerosos a través de Europa (la pení­nsula Ibérica, Westfalia, Hesse, la cuenca parisina, Provenza, Bretaña…), pero la mayorí­a son identificados como sepulturas. En Anteguerra (Andalucí­a, España) como en New Grande (Irlanda) o en Castelet (Provenza), túmulos y dólmenes encierran siempre una o varias cámaras funerarias. Sin embargo, al igual que Carnac, Stonehenge escapa a la regla. Ni pasillos ni cámaras funerarias: el monumento tiene ciertamente otro fin. Fuera de la hipótesis del observatorio astronómico, las explicaciones más diversas han sido propuestas. Stonehenge serí­a un gigantesco generador de energí­a, un "nemetón" (lugar sagrado), no dudan en afirmar los seguidores de la tradición druí­dica. Astos forman una cadena humana alrededor del monumento cada solsticio para captar esta energí­a y cargarse de ella, siguiendo un ritual creado artificialmente en el siglo XIX. ¿Un puerto espacial para OVNIS? Esta es la tesis desarrollada por los espí­ritus más osados. La posición de las piedras corresponderí­a entonces a un balizaje a ser ubicado desde el espacio. ¿Por qué no?, responden los ingenieros de la NASA…, ¡si es que se pueden imaginar platillos voladores tallados en piedra y forrados con pieles de animales!

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