Sucedió un dí­a en que daba un paseo vespertino por la Ocean Avenue, tratando de ordenar mis pensamientos y deteniéndome, de vez en cuando, para comprobar los progresos del sol que se poní­a poco a poco. No recuerdo exactamente como pasó, pero quiso el destino que me viera conversando con un hombre por completo desconocido para mí­. Por la razón que fuese, quizás una simple coincidencia, pareció existir un canal de comunicación común que fue reconocido por ambos al instante. Unos dí­as antes vi. a Dan paseando tranquilamente por los acantilados sumido en sus propios pensamientos, como lo estaba de nuevo este otro dí­a. En el desarrollo de nuestra conversación me dijo:
-¿Sabes una cosa? Llevo mucho tiempo buscando una sensación que experimenté hace muchos años. Yo fui un verdadero joven prodigio entre los agentes de bolsa, financieramente en la cumbre del mundo, hasta poco después de cumplir los treinta años. Entonces, un buen dí­a, me di cuenta de que no era feliz. En medio de la incredulidad de mis colegas, lo dejé todo, sin más.
-Cuando dejaste tu trabajo, ¿sabí­as realmente lo que querí­as? ¿Tení­as en mente otros negocios? –le pregunté.
-La verdad es que no tení­a idea de lo que querí­a. De lo único que estoy seguro es de que estaba harto de aquella proverbial carrera de ratas, enfermo por aquella adoración al dinero, hastiado de aquella mentalidad de ganar a toda costa, de la gente con la que trabajaba a diario y cansado del mundo como yo le conocí­a en aquella época. Lo único que deseaba era alejarme lo antes posible de la jungla del dinero y tener la oportunidad de reflexionar sobre la vida.
»Compré una curiosa casa vieja y pequeña, en un barrio modesto –continuó contándome-, guardé mis trajes, camisas de vestir y corbatas en un baúl y me compré un par de monos de trabajo. Al principio pasaba la mayor parte del tiempo arreglando la casa y tratando de dar a mi mente el descanso y la relajación que le debí­a desde hací­a tanto tiempo. Después, al cabo de algún tiempo y en mi propio garaje, empecé a hacer ventanales y cristaleras de colores que vendí­a en la vecindad. Jamás nada me produjo tanto placer en mi vida. En ocasiones, meditaba sobre el drástico cambio de mi estilo de vida. Me costaba trabajo creer que aquel joven prodigio que habí­a triunfado en el negocio bursátil era el mismo hombre que ahora vestí­a ropas de obrero, trabajaba con sus manos y hací­a ventanas de vidrios de color.
-¿Es eso lo que echas de menos ahora, al hacer esos ventanales? –le pregunté con creciente fascinación por su pasado.
-Era algo más especí­fico que eso, era el momento en sí­, eso es. Recuerdo que vestí­a mis ropas de trabajo, habí­a terminado mi faena del dí­a y me sentaba en los escalones de entrada de mi casa. Era primavera y una brisa cálida llegaba desde el océano. No puedo describir exactamente lo que sentí­a, excepto que mi mente estaba totalmente relajada…, la única época de mi vida que recuerdo en que me sucediera una cosa así­. Y, de repente…, me resulta muy difí­cil ponerlo en palabras… Experimenté una sensación de satisfacción, de contento que se apoderaba de todo mi cuerpo, una sensación de total alegrí­a. Tení­a conciencia de mi deseo de congelar el momento de vivir en ese estado de contento durante toda la eternidad.
La suave sonrisa de su rostro se desvaneció lentamente mientras dirigí­a su mirada al océano y continuó: -Llevo quince años buscando, tratando de volver a capturar aquella sensación de éxtasis…, buscándola… en la creencia de que debe hallarse en alguna parte, pero más allá de…
En este punto su voz se cortó hasta convertirse en un susurro apenas audible.
Dan describió su paso por la vida de adulto tan adecuadamente, destiló la esencia de su existencia con tan ví­vido detalle que me sentí­ como si hubiera realizado esa experiencia de modo directo, con él, y experimentando lo que él me habí­a contado. Vacilando, en cierto modo, por el temor a causarle una angustia inmerecida, presioné sobre él con mis preguntas: -¿Qué crees que era? ¿Por qué piensas que nunca volverás a capturar de nueva esa sensación única de contento y alegrí­a? -Es divertido, ¿sabes? Ahora me resulta obvio, pero en aquel tiempo no lo vi venir. Poco a poco mientras seguí­a trabajando solo en el garaje, la demanda de mis ventanales crecí­a, hasta que finalmente tuve que contratar a un asistente. El éxito llama al éxito hasta el punto de que pronto me encontré con una buena nómina de empleados y tuve que trasladar mi negocio a un edificio comercial. No me di cuenta de lo que habí­a perdido con aquel triunfo hasta que fue demasiado tarde. Fue como si despertara de un sueño y me encontré a mí­ mismo revisando proyectos, celebrando reuniones de producción, haciendo gestiones de venta…, es decir, de vuelta al campo de batalla. Todo lo que habí­a hecho fue cambiar de campo de actividad. Lo demás era más o menos lo mismo, la misma gente, los mismos problemas, la misma tensión. (Robert Ringer)

 

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